Refiriéndose al cine de Luís G. Berlanga, el director de “Los que se quedan”, Alexander Payne (Omaha, 1961), comentaba en su estreno que “se dice que Azcona ponía el cinismo y ese punto de vista tan mordaz, mientras que Berlanga aportaba la ternura y ese lado más humano. Un equilibrio perfecto a la hora de hacer sátira tanto política como social”. Una fórmula que igualmente Payne proyecta en su filme gracias a su personal humanismo y a la aguda acidez de su guionista David Hemingson.
Agudeza y humanidad que se condimentan en esta historia de personas desdichadas y solas (dos hombres y una mujer) de diferente edad y clase social. Uno de los hombres, el mayor (sensacional Paul Giametti), es profesor de Historia Antigua, maltratado de niño, y de estudiante expulsado de la Universidad; el otro hombre es un adolescente olvidado afectivamente de su familia burguesa y, la fémina, una trabajadora negra de mediana edad aplastada por la raza y la clase; así como por el duelo de su hijo muerto en la Guerra de Vietnam. Una acción, por tanto, situada en la América convulsa de los años setenta, donde tres personas arrolladas por la vida se encuentran en un internado de élite de Nueva Inglaterra durante las vacaciones de Navidad. Tiempo para cicatrizar heridas, tomar conciencia de la realidad y buscar una salida para impedir el hundimiento.
Estamos, pues, ante una película con sustancia, bien escrita, bien interpretada y bellamente narrada, que mira críticamente a un país y a una sociedad deshumanizada y sin principios. Cuestiones, asegura el interesante cineasta norteamericano, que “no son de 1970 o 2023, sino de siempre”.
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