Carlos Saura (Huesca, 1932- Madrid, 2023) pertenece a la generación que, en lo que al cine español respecta, sucedió a los cineastas que en la primavera de 1955, durante las famosas Conversaciones de Salamanca, rompieron con el cine timorato y casposo del franquismo. Es decir, continuó la fructuosa estela dejada por los Berlanga, Bardem, Patino, Muñoz Suay, etc.
Adscrito a lo que en la década de 1960 se conoció como el “Nuevo Cine Español”, y reivindicándose a título personal como un gran admirador de la obra cinematográfica de Luís Buñuel, Carlos Saura buscó en su cine multifacético y diverso en géneros un análisis preciso de la realidad española. Aunque la censura de la dictadura le impusiera con frecuencia un estilo parabólico y abstracto. No fue el caso en su primer largometraje: “Los golfos” (1963) ni tampoco en la cinta que nos ocupa, realizada ya en el periodo democrático. En “Bodas de sangre”, magnífica adaptación musical de la tragedia escrita por Federico García Lorca en 1931 sobre un hecho real, el director aragonés deja de manera sublime que sean sólo las imágenes y la danza quienes cuenten este drama pasional que refleja el sentimiento sobrecogedor del pueblo andaluz.
Y si la danza y las imágenes resultantes son las del genial coreógrafo Antonio Gades y las de la grandiosa bailarina Cristina Hoyos sabiamente dosificadas en una magnífica mezcla de cine, teatro y flamenco, el todo resulta de una belleza y emoción inusitadas, difíciles de explicar con palabras. Hay que ver la película, y al unísono, dejarse llevar por lo que constituye nuestra idiosincrasia andaluza.
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