Hubo un tiempo, cuando el 7º Arte aún no hablaba, en el que el “cine burlesco” acaparó la atención del público del mundo entero. Se caracterizaba aquel cine cómico por el encadenamiento de sucesos disparatados, persecuciones frenéticas, bofetones y batallas con tarta a la crema, actrices bonitas, conflictos con agentes de la autoridad, etc. Su atractivo se basaba en la sucesión de gags, y sus máximos representantes fueron Charles Chaplin, Buster Keaton y Harold Lloyd.
Digno
sucesor de aquella estirpe de genios cinematográficos es sin duda
alguna el cineasta francés Jacques
Tati
(1907-1982). Un artista que después de un recorrido personal y
profesional bastante accidentado (estudiante mediocre, numerosos
empleos no remunerados, actor de ocasión, encuentros amorosos
desafortunados) supo hallar y caracterizar el personaje (sobrero de
fieltro, pipa y gabardina hasta las rodillas) que le haría superar
todas las dificultades en la industria del celuloide: Monsieur Hulot,
un personaje amable y extravagante que habita en un pisito de un
barrio viejo y humilde.
Es
bajo esa identidad que Jacques
Tati, volviendo
a las fuentes del viejo cine cómico y a la pureza del gag visual,
cuenta la historia de “Mi tío”: Una inapelable sátira contra la
sociedad de consumo y contra los mecanismos que ahogan al ser humano.
Todo ello contado con enorme elegancia, originalidad y sutileza,
combinadas con un extraordinario sentido del humor y la ironía.
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