Nadie lo pone en duda, vivimos en un
mundo violento. El fuerte domina, el rico explota. Un mundo en el que las
reglas del juego las impone con frecuencia la ley de la jungla. Si eres
poderoso y hábil ganas, si eres débil y torpe pierdes. Una regla casi
universal. Al menos que un día el frágil aprenda a defenderse o la sociedad
cambie para ser más justa. Y si no que se lo pregunten a la siempre interesante
cineasta danesa Susanne Bier
(Copenhague, 1960) quien después de
contar sus dramas familiares en las películas: “Hermanos” (2004),
“Después de la boda” (2006) o “Cosas que perdimos en el fuego” (2007), nos
interpela sin apenas compasión sobre una historia de venganza y perdón. La historia de Anton un médico danés
idealista que trabaja en un campo de refugiados de un país africano que está en
guerra. Su mujer y su hijo Elías viven solos en Dinamarca, El niño es
maltratado en la escuela por sus compañeros y se siente terriblemente aislado.
Christian, un niño huérfano de madre que expresa su dolor por medio de la
violencia, simpatiza con Elías y se hacen amigos. El problema es que esa
amistad se convierte en una relación de poder que además perturba
irremediablemente la vida de Anton.
Susanne Bier, admiradora de los melodramas de Douglas
Sirk (“Escrito sobre el viento”, “Imitación a la vida”…) y de la facultad
indagadora de Ingmar Bergman
(“Persona”, “Secretos de un matrimonio”…), declaró durante el Festival de Cine
de Sevilla en 2010 que lo que quiso hacer con la película “En un mundo mejor”
fue hablar y hacer pensar sobre la violencia que afecta a todo el mundo. Y sin ninguna
duda lo consiguió.
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