Pudiera parecer una perogrullada, pero las guerras (todas las guerras) tienen diversas consecuencias. Buenas para unos, malas para otros. Depende de quién, o de quienes, las ganan. Japón perdió (¡y de qué manera tan brutal!) la que le tocó librar contra los Aliados durante la mortífera (más de 70 millones de muertos) Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Tragedias que, con mayor o menor acierto y fidelidad histórica, ha abordado el Séptimo Arte en numerosas ocasiones a lo largo de sus 130 años de existencia. Sin embargo, pocas han sido las veces que el cine de animación las ha puesto en escena. Por citar algunas de ellas, mencionaríamos, por ejemplo, las de las películas norteamericana e irlandesa “El gigante de hierro” (1999), de Brad Bird, y “El pan de la guerra” (2017), de Nora Twomey.
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La emotiva cinta, además de ser un alegato rotundo contra la guerra y sus estragos, es técnica y artísticamente todo un éxito. Una película de culto en nuestros días. Un triunfo difícil de prever cuando se sabe que el destino del cine de animación es casi exclusivamente el de un público infantil.
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