Es vox pópuli que existen “malos” y “buenos” patrones. Los primeros – asegura esa fuente – sólo piensan en ganar dinero, cuanto más mejor. Para ellos los currantes son simples engranajes de una máquina que debe funcionar impecablemente para conseguir forrarse. Y si por casualidad los dividendos deseados no llegan, pues se hace una remodelación empresarial y se pone de patitas en la calle hasta al más pintado. Estos son los “malos patrones”.
Los “buenos patrones” en cambio son otra cosa muy diferente. Claro que sí. Para estos, las obreras y los obreros son como los hijos de una familia ejemplar. Retoños a cuidar con esmero para que todos generen muchas ganancias. Eso sí, en provecho de toda la parentela. No faltaría más. Pues bien, de eso y de mucho más, es de lo que trata esta más que pertinente e interesante película del director de Los lunes al sol (2002) Fernando León de Aranoa (Madrid, 1968). Un filme que cuenta la historia de Julio Blanco (sensacional Javier Bardem), un carismático propietario de una mediana empresa que fabrica balanzas industriales en una ciudad de provincias. Un factoría en la que el sálvese quien pueda y la ausencia de una organización sindical que encauce el descontento generalizado son la marca de la casa.
Por eso, y ante la inminencia de la visita de una comisión que decidirá el ganador del premio a la excelencia empresarial, la actitud del “buen patrón” será la de ocuparse de sus trabajadores/as como un solícito progenitor. Ahora bien, sin olvidar los resultados económicos planificados. Así, con esas premisas, y en tono de comedia negra magníficamente narrada e interpretada, el cineasta madrileño consigue ensimismar al espectador/a sobre las desconcertantes y espantosas relaciones laborales en nuestros días. A ver sin excusa ni pretexto.
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