“Amigos míos, retened esto: no hay malas hierbas ni hombres malos. No hay más que malos cultivadores”. Con esta frase escrita en 1862 por el poeta y novelista francés Víctor Hugo en su obra maestra, Los Miserables, finaliza inapelablemente la homónima ópera prima del realizador maliense Ladj Ly (Malí, 1980). A la manera de un potente gancho en el mentón del espectador/a. Y es que el asunto no es para menos en esta sobrecogedora historia de jóvenes marginados de la banlieue (suburbio) parisiense. Una juventud sin futuro (la misma que en 2005, Nicolas Sarkozy, entonces ministro del interior francés, tildó de racaille, chusma), y unos lugares como las afueras de París que este rebelde y prometedor cineasta conoce como la palma de su mano.
Ladj Ly completa con este filme la visión preliminar que ya plasmó en 2017 en un cortometraje del mismo nombre, y por el que fue nominado a los premios Cesar. Es decir, consigue finalmente llevar a la gran pantalla una aguda radiografía de la difícil convivencia entre diferentes grupos de jóvenes originarios de la migración y del pasado colonial francés, donde la ley del más fuerte impera implacablemente.
Rodada al ritmo frenético del mejor thriller policiaco: vibrante y sobrecogedor, dominando el tiempo y el espacio a la perfección, con un guión certero y una puesta en escena furibunda, esta impresionante película, magníficamente interpretada por demás, constituye una muestra irrefutable de la injusta sociedad capitalista sobrepasada aquí por los trágicos sucesos narrados, y emplazada al borde de la implosión.
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