La
irresistible seducción que la imagen de una bella mujer puede
producir en un hombre, aunque la fémina esté reflejada en un
cuadro, es algo totalmente imprevisible. Incluso cuando se trata de
un señor social y políticamente modélico. Es el caso del profesor
de criminología de la Universidad de Gothan, Richard Wanley
(espléndido Edward
G. Robinson).
Un hombre honrado, callado y trabajador que, cuando su familia (mujer
e hijos) marcha unos días de vacaciones, pasa su tiempo charlando
con sus amigos y leyendo en la noche obras poéticas clásicas. Hasta
el día que encuentra a la mujer del cuadro. A partir de entonces
todo cambia.
Fritz
Lang
(Viena, 1890 – Los Ángeles, 1976), uno de los grandes realizadores
de todos los tiempos, gusta en su cine adentrarse en el oculto
subconsciente de sus personajes, y ello desde su época alemana allá
por los años 1920 y 1930, en películas como “El Dr. Mabuse”,
“Metrópolis” o “M. el vampiro de Düsseldorf”, muestras
geniales del cine expresionista, Es decir, del cine que refleja la
visión interior del artista, en este caso de Fritz
Lang,
frente al realismo o “impresionismo”. De ese modo la historia de
Richard Wanley, magníficamente narrada en un blanco y negro
soberbios, y llena de suspense, nos plantea, en una especie de sueño
freudiano, las contradicciones que el ser humano puede ocultar bajo
un aparente manto de honorabilidad y respetabilidad. Demostrando al
espectador/ra que nada es totalmente blanco o negro, y que la línea
que separa el bien del mal es, a veces, terriblemente difusa.
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