Un
hombre, la cincuentena pasada, juega a la máquina de pinball entre
las sombras de un bar. Bebe cerveza y fuma con ansiedad golpeando
cada una de las bolas. Al exterior, los adornos navideños dejan ver
un paisaje gris, melancólico e invernal. Erra la última bola. Se
queda pensativo y su mirada se pierde en el vacío. Es Frank Galvin
(espléndido Paul
Newman),
un maduro abogado en decadencia, adicto al alcohol que vive
penosamente con pequeños y rutinarios trabajos. Así hasta el día
en que un antiguo caso todavía no elucidado sobre una negligencia
médica en un hospital regido por la Iglesia Católica, le va a
permitir luchar para rehabilitarse como letrado y como persona.
Ese
es el marco en el que se desenvuelve este apasionante drama judicial
de impecable factura y gran intensidad argumental. Una historia
perfectamente narrada que Sidney
Lumet
(1924-2011) dirigió soberbiamente en 1982, y que el gran dramaturgo,
ensayista, director y poeta, David
Mament,
plasmó
en un guión sin fisuras arrancado de la novela homónima de Barry
Reed.
Una película que inicialmente iba a ser interpretada por Robert
Redford,
pero que en última instancia desestimó por considerarla una
historia con poco tirón. Craso error el cometido por el popular
actor norteamericano quien algo más tarde debió de morderse los
dedos ante el éxito de crítica y público alcanzado en el momento
de su estreno mundial. En resumen, grandes interpretaciones (también
las de James
Mason,
Jack Warden
y Charlotte
Rampling),
excelente puesta en escena y un desenlace para guardarlo en la
conciencia y en el corazón. Puro Lumet.
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