Cuando
el director de cine norteamericano Stanley
Kubrick
(1928-1999) rodó “Atraco Perfecto” sólo tenía 28 años y dos
películas en su haber: “Miedo y deseo” (1953) y “El beso del
asesino” (1955) pero ya apuntaban su particular estilo
cinematográfico: precisión técnica, gran estilización y marcado
simbolismo. Después rodaría, entre otras, las obras maestras:
“Senderos de gloria” (1957), “Espartaco” (1960), “Lolita”
(1963), “2001, una odisea del espacio” (1968) o las más
recientes “La chaqueta metálica” (1987) y “Eyes Wide Shut”
(1999), su última y póstuma película.
Estamos
hablando, pues, de un cineasta legendario que cada vez que estrenaba
un nuevo filme entraba inmediatamente en la historia del cine
haciéndolo imborrable de la mente del espectador. Es sin duda el
caso de “Atraco perfecto”. Una película que, adaptada de la
novela del mismo nombre de Lionel
White
y con diálogos del controvertido escritor norteamericano de novela
negra Jim
Thompson
(1.280
almas),
nos cuenta, de manera no lineal y bajo los distintos puntos de vista
de los protagonistas, el atraco minuciosamente preparado a un
hipódromo, del que se podría sacar la sustanciosa cantidad de dos
millones de dólares. En la banda no hay criminales duros ni
delincuentes hábiles, sino personas víctimas de los avatares de la
vida que quieren cambiar radicalmente sus existencias: Randy, el
policía; George, el contable, Mike, el obrero; Maurice, el artista
intelectual; Nikki, el luchador; Marvin, el derrochador y Johnny, el
líder y mafioso. Es decir, un microcosmos social que, de alguna
manera, refleja la sociedad norteamericana del momento. Consideración
ésta que hace más interesante y atractivo el tercer largometraje de
Stanley
Kubrick.
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