El
“cine negro”, reflejo de una sociedad en crisis, confusa y
convulsa, inició sus andares por Hollywood allá por los años 30
del siglo pasado de la mano de escritores como James
M. Cain o
Dashiell
Hammett
y de cineastas como Howard
Hawks
o John
Huston,
alcanzando su quintaesencia en “Perdición”. “Un cine elíptico
y metafórico que explora los mundos subterráneos de personajes
tenebrosos inmersos en una sociedad cínica, violenta y corrupta”,
y que representó el género que consagró cinematográficamente a
Billy
Wilder
(Austria, 1906 – EE.UU., 2002) en la Meca del Cine.
El
genial cineasta austro-norteamericano, que tuvo que exiliarse a
Estados Unidos huyendo del nazismo en 1934, describe en este su
tercer largometraje para la Paramount, la sórdida y perversa
relación que se establece entre un agente de una compañía de
seguros y su clienta. Papeles magistralmente interpretados por dos
grandes actores del cine clásico norteamericano: Fred
Mac Murray
y Barbara
Stanwyck.
Sin olvidar el personaje clave de la historia: el fabuloso, y aquí
lúcido hasta el cinismo, Edward
G. Robinson.
La
película, filmada en un blanco y negro exquisito, con música del
excelente Miklós
Rózsa,
y soberbiamente narrada con voz en off
a partir de un largo
flashback,
constituye toda una lección de cine que los/as cinéfilos/as,
jóvenes y menos jóvenes, no deben ignorar. Para Woody
Allen,
ducho en la materia, “una de las mejores películas que se han
hecho jamás”. Sin duda una razón de peso para no perdérsela.
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