Charles
Chaplin comenzó
el rodaje de “Luces de la ciudad” en 1930 y lo finalizó en 1931.
Durante su producción, financiada por United Artists, (productora
fundada en 1919 por D.W.
Griffith,
Douglas
Fairbanks,
Mary
Pickford
y el mismo Chaplin)
dos acontecimientos históricos impactaron sobre sus seis largos
meses de realización: la aparición del cine sonoro en 1927 con “El
cantor de Jazz” de Alan Crosland y la Gran Depresión de 1929. El
primer acontecimiento presionó para que
Chaplin
abandonara la pantomima y se dedicara al cine sonoro, y el segundo
augurando malos resultados económicos. Sin embargo, ninguno de los
dos eventos hizo mella en la voluntad de Chaplin.
Según él porque “lo hablado ataca el arte de la pantomima y no
deja lugar a la poesía”, y porque aceptó los riesgos financieros
que supuso tener en su contra a los exhibidores de Nueva York el día
de su estreno. Y es que Charles
Chaplin
tenía razón. “Luces de la ciudad”, rodada justo antes de
“Tiempos modernos” (1936), fue un éxito internacional. Desde
Nueva York a Pekín, pasando por París y Madrid, los ciudadanos de
todo el mundo se conmovieron con la tierna historia del vagabundo que
esta vez se enamora de una violetera ciega por la que está
dispuesto a hacer todo para que recupere la vista. Pero más allá
del melodrama de la trama argumental, la película de Chaplin
(también punteada con secuencias hilarantes) incluye un mensaje de
permanente actualidad: las luces y las sombras que las ciudades
encierran tras las apariencias. Por ejemplo, la de una invidente que
imagina a su benefactor como un millonario, y la de un ricachón que
sólo se muestra humano cuando está ebrio. Inolvidables las imágenes
del encuentro con ambos personajes y, en especial, la secuencia
final. Sólo por ella el filme de Chaplin
es
sublime y magistral.
Divertidísima y entrañable película, como no, si se trata de Chaplin. Gracias por hacernos disfrutar de tanto y tan buen cine.
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