Llevar
al cine - al universo de la ficción - la historia real de un país
no es tarea fácil. España, es decir la cinematografía española,
por ejemplo, aún tiene una cuenta pendiente con el hecho de plasmar
en la gran pantalla, y en profundidad, su historia más reciente y
dolorosa. Pues bien, a ese interesante y gratificante trabajo
cinematográfico, se dedicó, hace ahora 40 años exactamente, el
director de cine italiano Bernardo
Bertolucci (Parma,
1941). Justo después de haber escandalizado a medio mundo con “El
último tango en París” (1972), y antes de realizar “La luna”
(1979), un drama familiar en el que aborda sutilmente el tema del
incesto.
En
“Novecento”, el gran cineasta plantea, en tono no exento de
polémica, la evolución histórica de su país desde la muerte de
Giuseppe
Verdi
en 1901 hasta 1945 con el final de la Segunda Guerra Mundial. Se
trata por lo tanto de un gigantesco fresco histórico de cinco horas
de duración en el que para su producción fueron implicados tres
países: Italia, Francia y Estados Unidos, un elenco actoral de
órdago, casi cuatro años de trabajo, la bella fotografía de
Vittorio
Storaro
y la majestuosa partitura de Ennio
Morricone.
Partiendo
del análisis materialista, es decir del que imponen las relaciones
sociales, Bertolucci
narra apasionadamente la amistad de dos hombres pertenecientes a
clases sociales diferentes. Uno, Olmo Dalcò (Gérard
Depardieu),
hijo de un bracero, y el otro, Alfredo Berlinghieri (Robert
De Niro),
nieto del terrateniente para el que trabaja el padre de Olmo.
Orígenes distintos que les llevan a seguir ideologías opuestas en
un periodo de la historia italiana marcado por la injusticia social,
el fascismo, el comunismo y los desastres provocados por dos Guerras
Mundiales.
“Novecento”
tiene pues mucho de tragedia griega, en donde se escenifican
magistralmente todas las pasiones, bajezas y virtudes del género
humano. Razones más que suficientes para no perderse esta obra
maestra del cine transalpino.
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