Jimmy
(Sean
Penn),
Dave (Tim
Robbins)
y Sean (Kevin
Bacon)
crecieron juntos en un peligroso distrito de Boston, pero sus caminos
se separaron tras una terrible tragedia que cambiaría sus vidas para
siempre. Veinticinco años después un terrible suceso les vuelve a
unir. La hija de Jimmy ha sido brutalmente asesinada. Partiendo de la
adaptación de la novela homónima de Dennis
Lehane,
Clint
Eastwood
(San francisco, 1930) realiza en esta ocasión una absoluta obra
maestra, tanto por su contenido como por su continente. Con estilo
depurado y austero, pero no exento de intensidad dramática y de
conocimiento cinematográfico, Eastwood
se adentra, a partir de un suceso criminal, en los entresijos del ser
humano, hablándonos sin convencionalismos, de la violencia
cotidiana, del sentimiento de culpabilidad, de la justicia, del
perdón, de la familia, de la amistad. De su relación con el entorno
social, y de las marcas que la vida va dejando en la inocencia
perdida. Una serie de temas recurrentes en el cine del prestigioso
realizador norteamericano. Una profesión que ejerce a las mil
maravillas, haciéndonos incluso olvidar su pasado de famoso actor. Y
es que Clint
Eastwood,
desde sus inicios cinematográficos bajo la batuta de Sergio
Leone,
ansiaba poder fundar su propia productora (Malpaso Productions), y
así realizar el cine que llevaba dentro. Con esos deseos, y
rodeándose de un equipo de excelentes técnicos, actores y
guionistas, ha dado obras cinematográficas que ya son inolvidables:
“Sin perdón” (1992), “Poder absoluto” (1996), “Million
Dollar Baby” (2004), “Gran Torino” (2008), etc.
En
“Mystic River” hay que reconocer que el excelente resultado final
se debe también, en gran parte, a la extraordinaria labor artística
de San
Penn
y Tim
Robbins,
que bordan los personajes principales de una historia que nos deja,
literalmente, clavados en la butaca.
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