“No lamento haber hecho Dulce pájaro de juventud, pese a todas
las dificultades que he encontrado durante su rodaje: los actores son
formidables, Geraldine Page está
extraordinaria y Paul Newman
notable, y también todos los demás”, así enjuiciaba Richard Brooks (1912-1992) su película en 1962 en una entrevista
concedida el día de su estreno en Nueva York. Sin embargo, el filme del gran
realizador norteamericano es mucho más que esas dificultades a las que hace
alusión (divergencias con Tenesse
Williams, autor de la obra teatral en la que se basa la película) y esas
magníficas interpretaciones, sobre todo la de Ed Begley interpretando a un
despiadado magnate y corrupto político local, y merecedor del único
Oscar del filme. Se trata pues de una profunda reflexión sobre la prostitución,
la droga, el dinero, el alcoholismo, el oportunismo político, la pérdida de la
inocencia (el pájaro de juventud), a través de la historia de Chance Wayne (Paul Newman), un joven que, tras haber
fracaso en su intento por transformarse en una famosa vedette hollywoodiense,
vuelve a su ciudad natal, un pueblo racista del sur de Estados Unidos,
convertido en gigoló de una estrella en decadencia.
Fiel a su trayectoria cinematográfica,
entre otras: Semilla de maldad
(1955), Los hermanos Karamazov
(1958), La gata sobre el tejado de Zinc
(1959), El fuego y la palabra (1960),
Lord Jim (1965), A
sangre fría (1967) o Con los ojos
cerrados (1969), Richard Brooks
se adentra en cada ocasión, y por supuesto también en Dulce pájaro de juventud, en un universo humano complejo y
contradictorio con el fin de ayudarnos a
entenderlo y así comprendernos mejor nosotros mismos. Al tiempo que
igualmente se alza en insobornable denunciador de injusticias y despotismos. En
definitiva, Dulce pájaro de juventud
es una obra cinematográfica poderosa y fulgurante, de aquellas que hicieron de
Hollywood un mito y de muchos de nosotros/as sus imperecederos/as
admiradores/as.
No hay comentarios:
Publicar un comentario