Una
joven nigeriana de 30 años, Aisha Osagie (admirable y auténtica Letitia Wright), busca asilo internacional
en Irlanda. Es decir, un visado para llevar a cabo su sueño más preciado:
construirse un futuro feliz. Realizarse como persona respetable y digna. Cosa
que no ha podido alcanzar en su país de origen, y del que ha tenido que huir a
causa de un suceso traumático que se cobró las vidas de su padre y de su
hermano. Instalada desde hace dos años en un centro de alojamiento, y con un
trabajo a tiempo parcial, Aisha se ve envuelta en un alienante laberinto de
servicios sociales y burocracia en el camino de su anhelada regularización
administrativa. Una situación kafkiana atenuada por la presencia de Conor (Josh O’Connor), un joven irlandés que
trabaja como vigilante en el centro de alojamiento. Él será su único punto de
apoyo, su pequeña tabla de salvación, surgiendo entre ambos algo más que una
sincera amistad.
La película basada en hechos reales está realizada por el joven cineasta irlandés Frank Berry, conocido por sus dramas de realismo social como, por ejemplo, Yo solía vivir aquí (2014). Por tanto, un cine acusador, didáctico y conmovedor que en esta ocasión arremete contra la burocracia irlandesa que humilla a seres humanos en busca tan sólo de integrarse, reconocerse a sí mismos y poder vivir. “Mi vida no está donde tiene que estar”, dice afligida Aisha en un momento importante del filme, lamentándose de la especie de limbo en el que deambula. En definitiva, una pequeña joya cinematográfica de tremenda actualidad que sorprende por su mesura, sencillez, realismo y sensibilidad. Cine, pues, para los cinco sentidos.
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